domingo, 21 de julio de 2013

Tulio Febres Cordero, el historiador de los Andes

Periodista, abogado, escritor e historiador son las profesiones en las que Tulio Febres Cordero se desempeñó durante varios años a lo largo de su vida. Dejó innumerables obras como aporte a la historia venezolana, e hizo énfasis en Mérida, donde nació el 31 de mayo de 1860.

De sus padres, Foción Febres Cordero y Georgina Troconis y Andrade, recibió las primeras enseñanzas. También de sus tíos Favio Febres Cordero e Indalecia Almarza. Cuando estaba más grandecito empezó a estudiar en la Escuela de Varones de Mérida. En bachillerato, su inquietud lo llevó a tomar cursos de oficios que luego le serán de mucha utilidad: zapatería, relojería, tipografía, encuadernación, caligrafía, dibujo y pintura.

En 1878 ingresó a la Universidad de los Andes para estudiar Derecho, al igual que su padre. Se graduó en 1882, pero su vocación no estaba en las leyes. Fiel a la pasión que desde joven sintió por la historia, dedicó buena parte de su vida a la investigación y la docencia. Entre 1892 y 1924 fue profesor de Historia Universal en la ULA. Otra de sus pasiones fue el periodismo. Fundó revistas y periódicos como Páginas Sueltas y El Comercio, junto con José Antonio Parra Picón. También El Lápiz, El Centavo, El Billete, El Mosaico, este último con su hijo José Rafael Febres Cordero.

Su obra también abarcó aspectos literarios, educativos y antropológicos. Fue diestro en el manejo de los géneros periodísticos, lo que se observa en sus escritos. Siempre manifestó un profundo interés por dar a conocer los mitos, tradiciones y expresiones del país. Estaba convencido de que era una forma de ayudar a entender mejor la psicología y la manera de ser de los pueblos venezolanos, con especial atención en la región andina. De sus trabajos destacan Estudios sobre Etnografía Americana; Historia de los Andes: Procedencia y Lengua de los Aborígenes; Archivo de Historia y Variedades; Memorias de un Muchacho y La Hija del Cacique.

Es el autor de las más famosas leyendas del folklore andino: La leyenda de la india Tibisay, Las lágrimas de la india Carú, La laguna de Urao y, por supuesto, Las cinco águilas blancas, todas publicadas entre El Cojo Ilustrado y El Lápiz, luego recopiladas en 1898 en el volumen Mitos y leyendas de Venezuela, un clásico de la literatura venezolana.

Fue miembro de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Venezolana de la Lengua. Murió el 3 de junio de 1938 a los 78 años de edad. Reseñan los diarios de la época que sus coterráneos desbordaron las calles para despedirlo. Sus trabajos pueden ser consultados en la Biblioteca Febres Cordero del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional, en Mérida.

“…En su enciclopédica personalidad, la función de maestro constituyó una especie de denominador común. Todo lo que hizo llevaba la intención de enseñar. Pero es indudable que con ello sentía un inmenso placer y también diversión. Hay que imaginar cómo le divertía el ejercicio de las artes manuales, especialmente las relativas a la imprenta. Manejaba cierta picardía cuando decía que no tenía la excusa de otros escritores, de echarle la culpa al corrector o al impresor, porque él era su propio corrector e impresor. En cuanto a la imagotipia y a la folografía, fueron, sin duda, hermosos inventos, pero para él, sobre todo, un notable pasatiempo. Pasatiempo de primera clase fue también, aquella aventura cervantina de su libro Don Quijote en América, que le dio motivo para debatir (demostrando que no era lerdo en la polémica) y que confirmó sus dotes de escritor pero constituyó para él un evidente devaneo. Más que la cuarta salida del Caballero de la Mancha, fue una primera salida caballeresca de aquel a quien Mariano Picón llamó “el rapsoda de Mérida…”, dijo el presidente Rafael Caldera en su discurso en la Academia Venezolana de la Lengua con motivo del 50° de la muerte del escritor merideño.

¿Venían del norte o del sur?

“Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento, cinco águilas enormes, cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas. ¿Venían del Norte? ¿Venían del Sur? La tradición indígena solo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota…”, así dice el relato-leyenda publicado por primera vez en el diario El Lápiz, en 1895.

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